De una larga trayectoria familiar
dedicada a la vitivinicultura, Armando Correa sabía que el secreto de una vid fructífera consistía en maltratarla. Tal como le había enseñado su abuelo, azotaba, insultaba y hasta cacheteaba a los leñosos tallos, vigorizando a
la planta a fuerza de resistencia.
Aquella temporada su bodega produjo el
vino más robusto y aromático de todos los tiempos. Correa, orgulloso, alzó la
copa para brindar por el logro obtenido y al primer sorbo cayó en seco. El
deceso fue inmediato: murió de una patada al hígado.
(De
" Beber para contarla")